Patagonia 2007 - 9 de febrero


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Quemchi – Quicaví (Isla de Chiloé, X Región, Chile)
Distancia recorrida: 26 kmts.

A la mañana me bañé y me preparé otra ensaladita. Nicolas se despidió y siguió su camino. Yo preparé la bici, pasé por un almacén a comprar pan y dulce, y retomé camino, enfrentando nuevamente las brutales cuestas. Paré después de un par de horas para merendar pan con mermelada, y más adelante, fruta. Pronto llegué al cruce que desviaba hacia Colo y Quicaví. Siguiendo un estrecho sendero de un solo carril fui acercándome a Quicaví, el famoso pueblo de los brujos. Pude divisar la cordillera, el mar y las islas aledañas. Cuando estuve en el pueblito recorrí la costa y encontré un par de muchachas que venían de Santiago, a quienes les pregunté dónde podría yo pasar la noche. Me respondieron que en cualquier lado sería posible armar mi carpa sin problema. Me despedí y seguí hasta el final del camino costero hasta unos acantilados, para luego volver por el mismo camino.

En la costa de Quicaví

Para mayor seguridad, le pregunté a algunos locales si no habría problema en acampar en terrenos municipales. Todos me dijeron que no, así que terminé armando mi carpa en la plaza. El pueblo es pequeño; Apenas una calle principal que llega hasta la costa, una escuela, una plaza central, un almacén y una iglesia de madera que parecía clausurada. Incluso su cruz estaba semiderrumbada, solamente con el palo vertical en pie.

Un pájaro de mal agüero sobre la iglesia de Quicaví

En el terreno de la iglesia había cerdos, por lo que la tierra estaba sucia de estiércol. Los chanchos rondaban la plaza también, pues andaban libremente de aquí a allá. Cayó la noche y se levantó un fuerte viento que duró toda la velada. Dormité un rato, pero en seguida me despertaron unos alaridos humanos. Inmediatamente tomé el cuchillo con el que siempre duermo a mi lado cuando estoy en la carpa, y asomé un poco mi cabeza hacia fuera. Un hombre vagaba por las calles de alrededor de la plaza gimiendo dolorosamente, gritando incoherencias y hablando en forma totalmente ininteligible, excepto por algunas palabras sueltas que llegué a distinguir, como “weón” (huevón). Me pareció que algunas eran mapundungún. Pensé en lo que me habían contado los otros viajeros sobre los brujos que salían a la madrugada de las casas y me corrió un escalofrío por la espalda. Me atrincheré en mi bolsa de dormir por un momento, con el cuchillo en mano, temeroso de que el hombre viniera a mí. De repente, una sombra se proyectó sobre la tela de la carpa; alguien se estaba acercando. La figura se apoyó directamente en la abertura de entrada y la movió. Junté coraje y abrí el cierre. Frente mío se encontraba uno de los cerdos de la iglesia, que intentaba curiosear dentro de mi morada. Lo ahuyenté e intenté seguir durmiendo, pero hasta entrada la madrugada el beodo y los chanchos siguieron molestando. Me entretuve mientras comiendo el resto de mis verduras en forma de ensalada, puse al día mi diario de viaje, escribí poemas y evacué detrás de la iglesia, como buen brujo hereje.

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